Los efectos a nivel socioeconómico derivados del COVID-19 son varios, incluyendo un inevitable deterioro de nuestra salud psicológica que debería de ser abordado por el propio sistema sanitario. Estos efectos son mayores en grupos vulnerables (personas de mayor edad o con enfermedades crónicas), en personas que se ven sometidas a mayores situaciones de estrés (personas que se han contagiado, en profesionales sanitarios, etc.) y/o aquellos previamente estigmatizados (por ejemplo, personas con un diagnóstico previo de salud mental). En ellos, ante la amenaza de la enfermedad, los niveles de estrés ansiedad y depresión aumentan.

Por si no fuera poco, las situaciones de cuarentena o confinamiento que nos ha tocado vivir  producen nerviosismo, sensación de soledad, síntomas de estrés postraumático, depresión, mayores niveles de estrés, trastornos de ánimo (irritabilidad, tristeza, etc), insomnio y, en líneas generales, emociones de miedo y de culpa.

Pero ¿cuáles han sido los factores de riesgo en la población a la hora de afrontar de forma negativa esta situación? Según diversos estudios algunos de estos factores de riesgo son:

¿Y cuáles han sido y son los factores protectores que nos permiten vivir de forma más saludable desde un punto de vista emocional?

Es importante hacerse con herramientas y estrategias de afrontamiento del estrés y de situaciones de incertidumbre puesto que el bienestar psicológico es clave a la hora de afrontar el COVID-19, prevenir enfermedades mentales y saber gestionar las emociones. La sociedad debe prepararse psicológicamente para percibir seguridad ante las posibles situaciones adversas y de incertidumbre que todavía nos queda por vivir.

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